Hockey: “Nuestra unión nos hace mas fuerte que el resto”.

Once pares de ojos miran como uno solo. Veintidós pies trazan nudos celtas en el pasto: vueltas y giros que retratan la complejidad de planeadas jugadas. Once respiraciones entrecortadas por la emoción se acompasan en un abrazo tras un gol de oro que consagra la victoria. Empapa el eco de la hinchada. Ese nudo humano es en sí mismo una sustancia, un cuerpo vibrante forjado por lazos tribales. Un equipo que late con la vida de un club.

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La tribuna palpita durante todo el partido, como bandera incesante en su flamear. La oleada se mantiene viva porque brota de una pasión profundamente arraigada. “El día que me muera yo quiero mi cajón pintado azul y blanco como mi corazón”, cantan las voces enardecidas. Carteles, banderines, camisetas. Un mar azul y blanco ovaciona cada corrida. La madre de una de las jugadoras anuncia satisfecha: “A nosotros, los que estamos y vemos desde afuera nos encanta eso que viene desde adentro: dientes apretados, mente fría, corazón caliente y palo bajo”.

IMG_3777233340160Esas once jugadoras son una siendo que; una parte que representa un todo. Evidencian en la cancha algo más grande que ellas, una cultura de club que las cobija y les da identidad. Una manada de pequeños dedos estruja el alambrado. Es el semillero del club, las más chiquitas, que alientan en un coro de voces aflautadas a la Primera. Algún día, ellas estarán adentro de la cancha y otros dedos, con otras voces pero la misma ilusión, las venerarán. Se terminó el partido. Once palos van al piso, se aflojan las canilleras y, entre guiños cómplices y sonrisas de colores, el grupo de cabelleras revueltas se reúne alrededor de Pablo, el director técnico, para escuchar la devolución del partido.

Concluyó el encuentro, pero la euforia no muere en la cancha. El fulgor de ser parte del Champa destella en la cotidianeidad de estas muchachas. La chispa de este sentimiento trasciende el hecho de ser parte de un equipo de hockey y se traduce en un estilo de vida, en valores, ideales y ritmos compartidos. Es un grupo que se expresa en hábitos.

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Ser una Chica Champa implica incorporarse a una tradición agitada. Las semanas champísticas empiezan los martes con entrenamiento en Pacheco. Los miércoles descansan. Los jueves vuelven a entrenar. Los viernes se despiertan con el foco puesto en el día siguiente y a la noche asisten religiosamente a una comida de concentración en la casa de la jugadora Delfina Maquieira. El sábado es el día. No hay otro. El día sagrado, en Estancias del Pilar. Nada justifica la falta. Alcanza con una mano para contar los acontecimientos que son más importantes que el partido que comienza a las cuatro de la tarde, en punto. “Una vez hasta llegué tarde al casamiento de mi hermana, porque ese partido definía el ascenso”, cuenta Paz Catalán, una delantera del plantel. Parecería que la vida de estas chicas gira en torno a esos setenta minutos de la tarde del sábado. Los domingos y lunes, descansan para el martes volver arrancar pensando ya en el sábado siguiente. La secta –como es llamado el plantel por su familia y amigos- se viste de azul y blanco en la cancha. La unidad que les confiere el uniforme en los partidos se prolonga en una cinta de esos colores que todas llevan en el tobillo derecho. “Te la da la capitana el día de tu primer partido en la Primera y no te la sacas más”, aclara orgullosa Belén Ayerra, la sub-capitana, Bel para sus compañeras. Los sobrenombres particulares son otro código común entre las jugadoras: entre ellas se llaman con las primeras letras de su nombre. De esta manera, por ejemplo, Gloria es un gutural Gl, Ángeles se reduce a Ang y Magdalena responde a Mag.

Hay momentos ceremoniales en la vida de una Chica Champa. El primero es el Bautismo, un ritual de iniciación por el que pasa cada jugadora la noche de su debut en primera división. “En mi bautismo tuve que comer un huevo crudo”, confiesa entre risas Ángeles Donnelly. Otra instancia solemne del grupo se da a fin de año, en la Fiesta Champa, donde se distingue a la mejor compañera, a la jugadora revelación y, se otorga Premio Champa, que galardona a la jugadora que representa a flor de piel los valores de Champa: Compromiso, Humildad, Actitud, Motivación, Perseverancia y Amor al club y a la camiseta.

Los sábados locales, antes del partido, el plantel se junta a hacer vestuario. Durante la media hora previa a la entrada en calor, concentran en la antesala de la cancha mientras se cambian y bailan las canciones clásicas del equipo. “We are the champions no puede faltar. Con ese tema cerramos el vestuario y salimos a la cancha”, comenta Pel Catalán.

Si de tiempos se trata, las chicas de la secta juegan en la primera división hace  aproximadamente dos años. Estrictamente, podría decirse que el grupo se consolidó ahí. Sin embargo, la mayoría crecieron en el club y han compartido infancias entre canchas y vestuarios, por lo que el primer nudo emocional con el club y con el grupo es temporalmente incierto. La vida del grupo no puede reducirse a seiscientos días.

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Una parte de la identidad del grupo se define por contraste, por oposición al equipo rival más clásico: el Club Newman. Las jugadoras coinciden en que los partidos contra este club son los que más adrenalina les dan. “Siempre das todo en la cancha, pero cuando está el bordeaux en el arco contrario te sale fuerza desde otro lugar”, revela Macarena Torino.

La comunicación hilvana las cotidianeidades de las jugadoras. La vía más constante es el grupo de Whatsapp, Champis, donde organizan los temas más cotidianos, como las comidas o quién pone auto para el entrenamiento. También se contactan por un grupo en Facebook, una cadena de mails y una plataforma de fotos online. “Y siempre está la que te llama el domingo para comentar el partido del día anterior”, añade Ayerra. El hockey es el tema predominante en todas las charlas. “Los días que llueve y se suspende el entrenamiento nos juntamos en la casa de alguna y, aunque no lo planeemos, siempre terminamos hablando de jugadas y goles”, agrega.

Como todo grupo, la secta tiene una estructura. Existe una jerarquía formal y explícita, representada en el capitanazgo de María Tezanos Pinto y la sub-capitana Belén Ayerra, electas por las jugadoras. Paralelamente, en el plano informal, el equipo opera como un sistema en el que cada jugadora ocupa un rol estructural en la dinámica diaria. “Gl y Ang organizan las idas a los entrenamientos, y yo siempre la acompaño a Mag al supermercado para la comida de los viernes”, aclara la capitana. Una configuración solidaria de individualidades en torno a un objetivo común: El Champa.

Un silbato quiebra el silencio. Las miradas de las capitanas se cruzan por un segundo eterno, desafiándose, buscando en una pupila delatora la clave para anticiparse al próximo movimiento. El estribillo de Queen todavía cuelga en el aire. Por ese segundo todo es quietud. Todas enfocadas en la pelota. Por ese segundo, once pares de ojos miran como uno solo.

ALEXIA GOWLAND